Dios, Poder y VOX
- minervarodriguezma
- 18 feb
- 7 Min. de lectura
El Opus Dei mueve los hilos
El Opus Dei no es una secta, es un imperio disfrazado de piedad, una multinacional que ha convertido la fe en un negocio de altísimas ganancias. Con una fortuna que supera los 2.800 millones de dólares, su red de poder se extiende de forma insidiosa: bancos, universidades, medios de comunicación, y todo aquello que tenga el potencial de ser manipulado. En España, su influencia quedó patente cuando el Banco Popular cayó estrepitosamente, mientras sus miembros, como titiriteros invisibles, movían los hilos en los pasillos del poder. En medios como el ABC o en la COPE, su discurso resuena inquebrantable: cada crítica es un ataque, cada cuestionamiento, una persecución a la “verdadera fe”. Todo se reduce a una guerra de valores, como si ellos fueran los guardianes exclusivos de una moral que, por ironía, ellos mismos definen y controlan.
El Papa Francisco, el que se autodenomina "el Papa del pueblo", ha intentado, aunque con tímido brío, hacerles frente. Les ha recortado privilegios, les ha limitado el acceso a sus capillas y se ha atrevido a intervenir su santuario en Torreciudad. Pero el Opus Dei, lejos de amedrentarse, ha demostrado que no conoce de límites. A ellos no los frena el Vaticano, ni la crítica, ni las reformas papales. Mientras continúen teniendo en su bolsillo a jueces, políticos, y controlen las riendas del dinero, seguirán orquestando su partido sin que nadie logre moverles una ficha. Porque el Opus Dei, al final, no busca salvar almas, sino venderlas.
El Opus Dei no hace mítines ni necesita eslóganes. Su poder no se mide en votos, sino en jueces colocados, en ministros de misa diaria y en discursos que, sin que nos demos cuenta, terminamos repitiendo. No necesitan banderas, porque ya tienen partidos enteros bailando a su ritmo. Y en España, su caballo de Troya se llama VOX.
Mientras algunos siguen creyendo que el Opus es solo un grupo de señores de misa de ocho y colegios elitistas, la realidad es que llevan décadas moldeando gobiernos y escribiendo las leyes que luego nos afectan a todos. En España, en Latinoamérica, en Estados Unidos. Siempre desde la sombra, siempre con la sonrisa piadosa de quien dice actuar en nombre de Dios, pero con la mirada afilada de quien solo entiende el lenguaje del poder.
El Opus en EE.UU.: Cuando Dios dicta sentencia
Si creías que la ultraderecha estadounidense era solo un puñado de locos con gorras de MAGA, prepárate para conocer el verdadero músculo detrás del movimiento. El Opus Dei lleva años infiltrándose en la Corte Suprema de EE.UU., el tribunal que decide sobre el aborto, los derechos civiles y el futuro del país.
Amy Coney Barrett, la jueza que Trump metió con calzador en el Supremo, no es una conservadora cualquiera: viene de People of Praise, un grupo ultrarreligioso donde las mujeres tienen “jefes espirituales” (hombres, claro) que les dicen cómo vivir. Y su colega Clarence Thomas, que también bebe de círculos ultracatólicos, está metido hasta el cuello en escándalos de corrupción con multimillonarios de extrema derecha.
Casualidad, ninguna. En EE.UU., el Opus maneja millones de dólares en think tanks como la Heritage Foundation, que marcan la agenda de la ultraderecha, y ahora han logrado colocar a un discípulo suyo en la mismísima Casa Blanca: JD Vance es el ejemplo perfecto de cómo en la política estadounidense la coherencia es un lujo prescindible. El autor de Hillbilly Elegy, que en 2016 despreciaba a Trump con aires de intelectual desencantado, hoy es su vicepresidente y más leal escudero. Su transformación ha sido tan descarada como rentable: de crítico del populismo a predicador de la nueva cruzada ultraconservadora.
Ahora, su discurso suena a catecismo y pólvora reaccionaria, un cóctel explosivo donde la Biblia y las balas se dan la mano. Vance ha abrazado sin pudor las guerras culturales de la derecha trumpista: antiabortista feroz, enemigo declarado de los derechos LGBTQ+ y defensor de una América que huele más a teocracia que a democracia. ¿Convicción? No. Oportunismo puro y duro. La meteórica carrera de Vance demuestra que en la política estadounidense no importa lo que dijiste ayer, sino a quién sirves hoy. Y hoy, él sirve a Trump y a su ejército de fanáticos.
Latinoamérica: Negocios con sotana y corbata
En América Latina, donde la Iglesia Católica ha sido históricamente un actor político de peso, el Opus Dei ha logrado consolidarse como una corporación que fusiona la fe con el lucro. Su influencia se extiende desde los pasillos del poder político hasta las aulas universitarias y las redacciones de medios de comunicación, tejiendo una red que le permite operar con impunidad.
En Perú, el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, es un ejemplo paradigmático de esta simbiosis entre poder y religión. Empresario millonario y ferviente miembro del Opus Dei, López Aliaga ha promovido la Carta de Madrid, un manifiesto ultraconservador que busca reescribir la historia de la colonización española como un acto de amor cristiano. Entre rezos y eslóganes de corte trumpista, representa la esencia del Opus: una amalgama de poder económico, influencia política y una moral estricta, pero que se aplica únicamente a los demás.
En Argentina, la situación es aún más sombría. Cuatro sacerdotes del Opus Dei están siendo juzgados por trata de mujeres y esclavitud, mientras el Vaticano investiga una red de abusos dentro de la organización. Estas prácticas no son aisladas; en México, Chile y Colombia, el Opus maneja universidades y medios de comunicación como trincheras ideológicas, financiando campañas contra el aborto, la educación sexual y los derechos LGBT. Lo que ellos denominan "defensa de la familia" es, en realidad, un ejercicio de control social que busca moldear la sociedad a su imagen y semejanza.
La reciente destitución del cardenal Juan Luis Cipriani, acusado de abusos a un menor, y la disolución del Sodalicio de Vida Cristiana por el Papa Francisco, evidencian la podredumbre que corroe las entrañas de estas instituciones. El Sodalicio de Vida Cristiana (SVC) es una organización religiosa fundada en 1971 en Perú por Luis Fernando Figari, envuelta en varios escándalos, especialmente en torno a acusaciones de abuso sexual, explotación laboral y abusos psicológicos dentro de sus filas. Figari, su fundador, fue acusado de abuso sexual y explotación emocional, y en 2017 la Santa Sede le prohibió ejercer su ministerio. Sin embargo, el Opus Dei sigue operando con una impunidad que desafía la moral y la justicia, demostrando que, en su mundo, el poder y el dinero son los verdaderos dioses a los que rinden culto.
España: Cuando el Opus se hizo con VOX
En Latinoamérica el Opus Dei influye, pero en España directamente manda. No necesita un partido propio, porque ya ha parasitado a VOX y a buena parte de la derecha clásica. No aparecen en los carteles ni en los mítines, pero están en los despachos donde realmente se decide el rumbo del país.
Ahí está Lourdes Méndez, exdiputada del PP y hoy una de las espadas más reaccionarias de VOX, pero no está sola. Los colegios y universidades controladas por el Opus y las comunidades neocatecumenales (los kikos) llevan décadas formando fanáticos con traje y corbata, adoctrinando a generaciones enteras en la fantasía de una España en la que el rosario era más importante que la Constitución. Allí están diputados como el canario Rodriguez Almeida, recientemente ascendido a portavoz nacional de Industria en Vox, Ignacio Garriga, secretario general del partido, que recientemente ha sido acusado por una compañera de presuntamente haber hecho gastos personales con dinero público.
El Opus Dei ha encontrado en Vox el vehículo perfecto para infiltrar su moral y su agenda ultraconservadora en el corazón de la política española. Lo que empezó como una alianza velada entre poder y religión, hoy se manifiesta con nombres propios: Méndez, Garriga, Rodríguez y otros diputados que, bajo el manto de "defensores de la familia", no son más que peones de una maquinaria que prefiere el control a la libertad. Con una doctrina que se empapa de un autoritarismo casi medieval, Vox no es simplemente un partido político, sino el altavoz de una organización que sabe que en España, entre misas, oraciones y promesas de "renovación moral", puede seguir dictando la agenda sin necesidad de pisar las calles. Al final, lo que Vox ofrece no es una política de progreso ni de futuro, sino la imposición de un presente encorsetado, donde la religión y el poder económico se entrelazan con la precisión de una red que lleva décadas perfeccionando. El Opus Dei no necesita mártires ni predicadores, solo diputados dispuestos a servir como sus voceros.
El Opus no grita ni se sube a atriles. Su estrategia es más sibilina: infiltra, moldea y coloca sus peones en los lugares clave. Jueces, empresarios y políticos afines van ocupando puestos estratégicos mientras los demás miran para otro lado. No necesitan redes sociales ni agitadores mediáticos: su guerra se libra en los tribunales, en los consejos de administración y en las oficinas donde se escriben las leyes.
VOX no es un partido político, es un caballo de Troya. Y dentro de él, el Opus Dei sigue haciendo lo que mejor sabe: gobernar desde la sombra.
¿Dios o el Poder? La Guerra Fría en la Iglesia y su reflejo en VOX
El Opus Dei no predica, se infiltra. No evangeliza, adoctrina. No busca salvar almas, busca controlar gobiernos. VOX no es un fenómeno espontáneo ni una revuelta de la “España viva”, es el resultado de una estrategia meticulosamente calculada, alimentada por décadas de influencia en la judicatura, la banca y la política. Mientras los líderes del partido de Abascal agitan banderas y vociferan contra el “globalismo progre”, los verdaderos estrategas llevan sotana y mueven los hilos en la sombra.
Y no es la primera vez que esta batalla se libra dentro de la Iglesia. Porque si el Opus Dei representa la Santa Inquisición del siglo XXI, los jesuitas han sido tradicionalmente su némesis, la única orden capaz de plantar cara a su dominio. La Compañía de Jesús, fundada para educar y expandir la fe con intelecto y estrategia, se ha enfrentado al Opus en múltiples frentes: desde las aulas de las universidades más prestigiosas hasta los pasillos del Vaticano. No es casualidad que el Papa Francisco, un jesuita, haya intentado frenar el poder del Opus, limitando su autonomía y recortando su capacidad de maniobra en el Vaticano.
La batalla es global. En América Latina, los jesuitas han sido históricamente defensores de los derechos sociales, mientras el Opus se ha aliado con las élites económicas y los gobiernos ultraconservadores.
En España, esta lucha se refleja en el avance de VOX: mientras los jesuitas impulsan una Iglesia más abierta y crítica con las injusticias, los opusinos apuestan por una vuelta a la doctrina más férrea, aquella que casa política y religión en un matrimonio indisoluble.
El Papa quiere reformas, el Opus quiere poder. VOX es su caballo de Troya, su brazo político, su herramienta para convertir el Congreso en un púlpito y la democracia en un tablero de ajedrez donde solo ellos conocen las reglas. La cuestión ya no es quién ganará esta guerra silenciosa, sino cuántas libertades quedarán sepultadas cuando el humo se disipe.

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